UNA HISTORIA DE ÁFRICA

Y SUS ALREDEDORES

UNA HISTORIA DE ÁFRICA

Y SUS ALREDEDORES

LA LEYENDA DEL HIERRO

Al principio se encontró desorientado y confuso, no sabía que dirección tomar, no tenía ni idea de adonde dirigir sus pasos. Sólo el orgullo y el pundonor de no ser visto por su padre y por su pueblo como un chiquillo le impidieron reconocer su miedo y ponerse a llorar. Así que caminó, cada paso era un esfuerzo enorme porque parecía que las piernas se negaban a obedecer. Caminó y caminó sin siquiera darse cuenta donde dirigía su marcha. No veía con claridad el camino ni los lugares por donde pasaba. El tremendo esfuerzo le hacía volverse a su interior y sentía los latidos de su corazón con tal fuerza que lo llenaban todo, golpeaban sus sienes y retumbaban con sus pasos sobre la tierra. Al cabo de toda una eternidad, se fijó en el ritmo que sus pies marcaban al caminar y, a la vez, oyó un susurro que sonaba detrás de su oreja. Envuelta en una tela y colgada de un palo, la piedra le cantaba muy bajito, pero con la misma cadencia de las canciones de la aldea. No comprendía las palabras ni el sentido de la canción de la piedra, pero la melopea le tranquilizaba y parecía volver más decididos sus pasos y más segura la dirección de su camino.

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LA LEYENDA DEL HIERRO

Al principio se encontró desorientado y confuso, no sabía que dirección tomar, no tenía ni idea de adonde dirigir sus pasos. Sólo el orgullo y el pundonor de no ser visto por su padre y por su pueblo como un chiquillo le impidieron reconocer su miedo y ponerse a llorar. Así que caminó, cada paso era un esfuerzo enorme porque parecía que las piernas se negaban a obedecer. Caminó y caminó sin siquiera darse cuenta donde dirigía su marcha. No veía con claridad el camino ni los lugares por donde pasaba. El tremendo esfuerzo le hacía volverse a su interior y sentía los latidos de su corazón con tal fuerza que lo llenaban todo, golpeaban sus sienes y retumbaban con sus pasos sobre la tierra. Al cabo de toda una eternidad, se fijó en el ritmo que sus pies marcaban al caminar y, a la vez, oyó un susurro que sonaba detrás de su oreja. Envuelta en una tela y colgada de un palo, la piedra le cantaba muy bajito, pero con la misma cadencia de las canciones de la aldea. No comprendía las palabras ni el sentido de la canción de la piedra, pero la melopea le tranquilizaba y parecía volver más decididos sus pasos y más segura la dirección de su camino.

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Al principio se encontró desorientado y confuso, no sabía que dirección tomar, no tenía ni idea de adonde dirigir sus pasos. Sólo el orgullo y el pundonor de no ser visto por su padre y por su pueblo como un chiquillo le impidieron reconocer su miedo y ponerse a llorar. Así que caminó, cada paso era un esfuerzo enorme porque parecía que las piernas se negaban a obedecer. Caminó y caminó sin siquiera darse cuenta donde dirigía su marcha. No veía con claridad el camino ni los lugares por donde pasaba. El tremendo esfuerzo le hacía volverse a su interior y sentía los latidos de su corazón con tal fuerza que lo llenaban todo, golpeaban sus sienes y retumbaban con sus pasos sobre la tierra. Al cabo de toda una eternidad, se fijó en el ritmo que sus pies marcaban al caminar y, a la vez, oyó un susurro que sonaba detrás de su oreja. Envuelta en una tela y colgada de un palo, la piedra le cantaba muy bajito, pero con la misma cadencia de las canciones de la aldea. No comprendía las palabras ni el sentido de la canción de la piedra, pero la melopea le tranquilizaba y parecía volver más decididos sus pasos y más segura la dirección de su camino.